Experiencia personal ^Featured

Cuando tenía 6 años, mi madre me inscribió a una clase de baile rítmico. Allí aprendíamos a movernos al ritmo de diferentes músicas, a interpretar con el cuerpo la cadencia que marcaba el piano y a reconocer las notas musicales (do, re, mi, fa, sol, la, si). Con 7 años quise empezar baile clásico y mis padres me apuntaron a clases en una academia. Bailé hasta los 14 años. Me permitió ganar flexibilidad y agilidad, además de estar en forma. Con 14 lo dejé para sustituirlo por baile flamenco, porque me apetecía conocer algo distinto, y porque la crisis de adolescencia me empujaba a buscar otro modo de expresión que se adaptara más a mi carácter. Fueron pasando los años, y fui descubriendo otros bailes que me maravillaron: rock and roll, baile contemporáneo, salsa, danzas africanas, hip hop, funky, charlestón, zumba… Aunque ya hace muchos años que soy profesora de español y de literatura, nunca he dejado de bailar: creo que el ser humano necesita expresarse, y el lenguaje y el cuerpo son las dos herramientas más importantes que tenemos para hacerlo.

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